PRÓLOGO |
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Aclaraciones importantes para el lector: La obra de un escritor no es necesariamente su propia biografía, de la misma manera que tampoco lo es para el compositor su obra musical, como equivocadamente muchos creen al leer los temas de un poeta o escuchar los del músico. Ambos deben conjugar constantemente vivencias personales y ajenas para crear sus obras literarias unos o musicales los otros. Sucede que algunas veces las ajenas conmueven al escritor que acaba por plasmarlas en un soneto o cualquier género de poesía. No faltan los casos en que alguna poesía sea el producto de un trabajo mandado hacer, igual que al compositor le encargan el fondo musical de la novela o de la película, lo que al final de cuentas de ninguna manera representa una vivencia personal. Cuando el músico compone alguna canción que diga en su letra algo así como "me engañaste mujer", es torpe suponer que en la vida de éste necesariamente hubo, por lo menos, una mujer que lo engañó. De tal forma que los temas que el lector encuentre en esta obra no representan todos necesariamente vivencias personales. No encontrará el lector en esta obra las tradicionales promesas o reclamos absurdos que abundan en poesía y en música, del tipo de "prometo amarte toda la vida", o de "juraste amarme toda la vida y me engañaste". Quien eso espere, cierre a tiempo este libro y vaya a buscar otro. Es altamente absurdo. Porque lo único que se puede prometer en la vida es aquello que depende de la decisión personal, ninguna otra cosa. Es absolutamente irracional prometer, por ejemplo, "te prometo que mañana va a llover", porque la lluvia no se da por decisión personal. O bien, "te prometo que el próximo sábado voy a estar contento", porque el estado de ánimo es consecuencia de las circunstancias que se van viviendo, no de una decisión. Solicitar promesas que no dependen de esa decisión personal resulta igual de irracional. Semejantes o peores habrían de resultar entonces reclamos de incumplimiento de promesas sin sentido, como por ejemplo: "eres un embustero, me prometiste que hoy iba a llover y no llovió". El amor no depende de una decisión personal, por lo tanto es absurdo hacer promesas de amor. Si así fuera, cualquiera podría decidir cosas como "mañana de las tres de la tarde a las ocho de la noche voy a estar enamorado de Fulanita; de las ocho a las once voy a amar a Menganita y después dejo de amar a todas para irme a dormir tranquilo". El amor, como los estados de ánimo, es consecuencia, entre otras cosas, de las circunstancias que se van viviendo, no de una decisión. El amor, por esas circunstancias, nace, se conserva, crece o inclusive muere, pero jamás porque nadie así lo decida. Lo que se puede modificar o conservar por decisión propia son algunas de esas circunstancias, nada más. Se puede prometer fidelidad, porque eso sí depende de una decisión: ante la oportunidad, cada persona puede decidir entre aprovecharla o retirarse de ella para ser fiel. Eso es intervenir directamente en una circunstancia que favorece el cultivo del amor, o a lo mejor lo desfavorece. Si algún enamorado deja en determinado momento de amar a su pareja no es por decisión personal, sino porque las circunstancias iniciales se modificaron. ¿Acaso a alguien se le ocurre que aquello fue así porque el enamorado de repente decidió "a partir de mañana he decidido no sentir ya amor por ti"? Por lo anterior, en la presente obra no encontrará el lector promesa alguna ni reclamo absurdo de amor, sin importar que se trate de una vivencia personal o ajena, como se dijo en los primeros renglones de este prólogo, promesas absurdas del tipo "te amaré toda la vida", así como tampoco los correspondientes reclamos amorosos sin sentido: "me engañaste, pues juraste amarme toda la vida y dejaste de quererme". Y a fuerza de ser congruente con esa manera de ver la vida, tampoco se vale poner calificativos al ser pretendido o adorado, simplemente porque su decisión de separarse provoca honda herida en el alma. Finalmente, en algunos sonetos o en algunas poesías está añadida la fecha en que fue escrita. Con ello el lector se dará cuenta de la forma en que fue cambiando a través del tiempo mi concepción religiosa. No es que existan contradicciones cuando a veces lea: pero sé que el Eterno allá en los cielos gloria y dicha te tiene reservada, a cuando lea: no soy hijo de dios, ay, qué ventura el no tener un padre tan tirano. De joven creía en todo lo que me habían inculcado mis padres, pero en la madurez de mi existencia creí en todo lo que me inculcó la vida. Esas aparentes contradicciones son simplemente la constancia de una evolución en las creencias religiosas. |
Autor:
Luis Castro Pérez
4lcastro9@gmail.com
Morelia, Mich. México